La laicidad es una condición indispensable para el respeto a la individuación y libertad de las personas, ampliación de sus capacidades, para la democratización social y el respeto a la libertad de conciencia y otras libertades público/privadas. También para generar políticas de equidad y desarrollo.
La Iglesia continuó, a pesar de los cambios de contextos, en su carácter de fiel representante del pasado, del status quo, de las tradiciones feudales, patriarcales, centralistas, misóginas.
Misóginas por que no ha dejado de caracterizar a las mujeres en forma maniquea entre las “Evas” (las malas) y “Marías” (las buenas). No ha dejado de sostener y pregonar el poder de los varones por sobre las mujeres en el hogar y la “vida pública”, la necesidad de que las mujeres y niñas sigan asignadas a los espacios privados de las familias, responsabilizándose exclusivamente de la crianza de hijos/as y cuidado de otras personas, frente a laslibertades de “los hombres”. a la libertad económica. Escucharlas sobre sus propias diferencias; entre otros temas.
En el Siglo XXI, ha llegado la hora de revisar las concepciones “morales” en clave de género. Escuchar las voces de quienes no han tenido voz en la historia y destacar qué sienten, qué entienden, qué necesitan. Es importante conocer qué dicen las mujeres en el espacio público/privado ahora construido con sus presencias, acerca de sus propios cuerpos, de las apropiaciones de las que han sido objeto, de sus derechos a la educación, al trabajo, a la participación política…