España – El estudio consiste en investigar la incidencia de los servicios de orientación educativa en la prevención de la violencia, teniendo en cuenta la diferencia sexual. Autoras y autores han relevado la relación educativa de profesoras, alumnas, conserjas, secretarias y directoras. Buscan aprender de las mujeres, de cómo crean y sostienen las relaciones, cómo resuelven habitualmente los conflictos, qué hacen para mantener la convivencia civilizada entre hombres y mujeres de distintas edades e intereses en las más variadas circunstancias.

Por José María Salguero y Mª Milagros Montoya

Para conseguir un desarrollo global como persona, hay que empezar por reconocer que las niñas y los niños desde la infancia empiezan a ser socializados en función de estereotipos sexistas, que les van encasillando (…) la Escuela Coeducadora se propone salvar todo lo positivo de la experiencia colectiva de las mujeres y de los hombres y acercarse a cada persona en su individualidad y su singularidad, para potenciar que desde su libertad vaya eligiendo quien quiere ser al margen de los estereotipos sexistas y cual va a ser su colaboración a la justicia y a la libertad colectivas.

Es también una evidencia, no nombrada, que en los centros educativos las chicas no son, generalmente, las que interrumpen la buena marcha de una clase, ni las que incrementan el número de expedientes disciplinarios, ni abandonan los estudios a edades tempranas, como demuestran los datos de los últimos estudios (Grañeras, 2001). Así lo confirma también nuestra investigación.

Este método de investigación, fijándonos en las cosas bien hechas, no es nuevo, algunos pedagogos, filósofos y educadores lo han llevado a cabo con anterioridad, aunque después no han explicitado el origen y fundamento de sus teorías elaboradas, no sólo de los datos extraídos, sino de la selección de sus fuentes y del método empleado.

Por ejemplo, el psicólogo soviético Vygotski, autor de la teoría de aprendizaje sobre la zona de desarrollo próximo o de desarrollo potencial, no revela que el origen de su teoría está en la investigación sobre el modo en que las madres logran y han logrado que sus criaturas aprendan a hablar. A pesar de que él aprendió la lengua materna y el idioma alemán de su madre, maestra de profesión. Él no dice (o quizá sus divulgadores y traductores no lo han recogido) que, sorprendido ante el mayor éxito educativo de todos los tiempos y de todas las culturas, decidió dedicar todo su esfuerzo a observar e investigar un hecho tan cotidiano como es que todas las madres siempre logran y han logrado que sus hijos e hijas hablen aún en las circunstancias y condiciones más difíciles y adversas. Y de ahí nació su conocida teoría, que no habría perdido valor si hubiera reconocido su origen, muy al contrario, sería más fácil aprenderla y llevarla a la práctica porque habría ganado en sentido, facilitando así su divulgación y extensión, ya que todas y todos hemos nacido de mujer y podríamos partir de nuestra experiencia, en vez de hacer el rodeo desde la abstracción para llegar a la aplicación didáctica de sus resultados (Montoya, 2000).

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